08 Ene 2018

Raquel Lombas

A finales de diciembre decidí mandar un mensaje de agradecimiento a mis contactos favoritos de Facebook. No se trataba de felicitarle las navidades a los amigos, ni de darle las gracias a la gente a la que quiero, ni nada parecido. Sino de identificar y de alguna forma, distinguir, a aquellos que me habían hecho pensar, o sonreír, o enfadarme gracias a sus comentarios y/o ocurrencias en la gran red.  Esas personas que aportaban algo de color con sus contenidos  a los rincones de una de mis redes sociales de cabecera  y que me provocaban algo más que indiferencia.

Me fijé en las publicaciones de unos y otros, en los comentarios vertidos, en las imágenes subidas, y caí en la cuenta de que me aburrían soberanamente las de casi todos ellos, incluyendo las mías propias. Aquello era un auténtico erial de la autenticidad. Incluso esas personas especiales que consiguen despertarme y conmoverme cuando nos juntamos en la cafetería de la esquina, sonaban de lo más soso y previsible al otro lado del muro. A base de ‘buenismo’ y de corrección política se habían cargado su gracia natural y se habían quedado más desvaídas que los visillos de la abuela. Al final solo me vi con valor para darles las gracias de forma sincera a tres de mis contactos.

Comparto con vosotros mis conclusiones de esta ambiciosa investigación sociológica. La primera, la autocensura a la que nos sometemos en redes sociales está haciendo que cada día esto se parezca más al capítulo de “Caída en picadode Black Mirror. Por mucho que vayamos de divinos en la foto de perfil, casi ninguno de nosotros es tan Mr./Mrs. Wonderful en su realidad, ni sale tan bien en las fotos. El pensamiento disidente tiene poquísima presencia porque tiene un alto coste en términos de respuestas impertinentes, en algunos casos hasta agresivas. Opinar en algunos temas genera marejadas en las que gente que casi no conoces se atreve a decirte en la red cosas que nunca se atrevería a decirte a la cara. Por eso las publicaciones están plagadas de lugares comunes, tan seguros como planos. Se está impostando mucho, demasiado. Así que el cotilleo, núcleo duro del social media, pierde fuerza al no poder disfrutar de materia prima real. A mayor la hipocresía, menor la gracia, a no ser que esta sea tan exagerada que se transforme en caricatura de sí misma. En este último caso sí que suma puntos, doy fe.

Sobre las cabezas de los que hacen amago de autenticidad en Redes Sociales pende, además, otra temible espada de Damocles. La amenaza de verse apartados de futuras oportunidades laborales  por no haber aplicado suficientes filtros a su verborrea social en el pasado. Y es que, el rastro digital que dejamos puede salirnos al paso en cualquier momento. Como recordaría cualquier alguacil reclutador de Linkedin a leerte tus derechos: “tiene derecho a ser políticamente correcto, porque cualquier cosa que posteé podrá ser utilizada en su contra”.

A pesar de todo ello, mi gente favorita en Facebook es genuina. Opina, se moja, dice y responde. Y ese es posiblemente su mayor logro. Que no te deja indiferente. Habitualmente pagan por todo ello con algunos comentarios que me imagino que les hacen mella. Pero siguen adelante con una línea coherente, y  una actitud más que digna. ¡Sois unos valientes!

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