22 Feb 2018

Ramón Oliver

Siempre lo sospechamos, ¡ay!, pero ahora, gracias a las redes sociales, tenemos la constancia definitiva. No somos tan sesudos como nos gustaba pensar. Porque las citas de Baudelaire (aquel “Spleen” que segregaba melancolía a chorros desde los bazos más atormentados) son muy ‘cool’, pero nunca van a levantar, ni de lejos, tantos “Me Gusta” como un buen video de gatos cayendo al precipicio del cesto de la colada.

Y es que en plena era de la fugacidad, de los tuits (por más que se haya aumentado el límite de caracteres), de los GIF o de las efímeras historias de Snapchat (la aplicación que hace furor entre los más jóvenes, y que autodestruye los mensajes a los pocos segundos de ser escritos como si estuvieran poseídos por un repentino espíritu fallero), los materiales con aspiraciones de pasar a la posteridad tienen mal encaje en según qué contextos digitales. A este paso, los que dentro de 100 años busquen citas inspiradoras para comenzar sus presentaciones de Power Point  o sus charlas TEDx (o sus equivalentes del futuro), no encontrarán nada de esta época que llevarse a la boca salvo que se las apañen con el meme de turno de Julio Iglesias apuntando con el dedo a la audiencia y con la leyenda “y tú lo sabes” debajo.

Un poco triste, sin duda, tanta frivolidad.  Aunque, en cierto modo, nos está bien empleado. Porque, admitámoslo, siempre nos ha gustado ir un poco de solemnes y redichos por la vida, tal vez porque sentimos la necesidad de transmitir un halo de respetabilidad y de poner la verdad de nuestro lado para que nos tomen en serio. Me lo recordó recientemente Fernando Neira en la crónica que escribió para El País del concierto de Sidonie (en el que, por cierto, estuve presente) en el WiZink center de Madrid. Escribía el periodista que uno de los grandes méritos de esta banda, icono (esto lo digo yo) del indie español, es su sentido del humor y su infinita capacidad para reírse de sí mismos (el nombre de su último disco y de la subsiguiente gira que culminó en el macro bolo del antiguos Palacio de los Deportes se llama El peor grupo del mundo). En palabras del crítico, “no seamos tan solemnes con todo, relajémonos, conjuguemos la pasión y la sonrisa y, por el amor de dios, dejemos de tomarnos (en cada acto, en cada frase, en cada tuit) tan en serio”.

Esta defensa de lo insustancial no es radical, que todo en su justa medida. Sin embargo, las cifras están ahí. Pregunten a los medios de comunicación cuáles son las noticias más leídas y compartidas de sus ediciones digitales. Verán que en sus primeras posiciones ellas no figuran los análisis políticos en profundidad o las disgresiones filosóficas, sino que los contenidos que “petan” los contadores de las redes son más del tipo gatuno (el video más viral de Youtube en 2017 en España fue una imitación-parodia a 20 voces de ‘Despacito’).

No es una justificación;  ya sabemos que el sentido común pocas veces comulga con los números. Aunque sí es un dato indicativo de que la cabra tira al monte. No somos tan extraordinariamente serios como a nosotros mismos nos gusta pensar. Y no nos sienta bien la levita. Volviendo a la crónica de Fernando Neira, seguramente porque –cito- “puesto que tanto el mundo como nuestras vidas acabarán yéndose al garete, ¿qué tal si antes nos divertimos un poco?”

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