08 Mar 2018

Belén Campos. 

 

No. Las reglas o las normativas, por sí solas, son ineficaces en cuanto que hay una parte de la sociedad, de los trabajadores o de los miembros de cualquier organización o grupo, que está dispuesta a saltárselas para conseguir su objetivo sea cual sea,   apropiarse de lo que no le pertenece, escalar puestos, conseguir un contrato, beneficio…  Hoy día, tenemos claros y abundantes  ejemplos de estos tipos de abusos en diferentes ámbitos sociales, la política, el mundo de la empresa, el sector bancario y cajas de ahorro, el deporte nacional e internacional, ONG’s …

Antes de nada, hay que dejar claro que cuando alguien abusa en un sistema, los demás miembros lo acusan o sufren antes o después.  Así, en cualquier organización o grupo, es imprescindible no solo que las reglas de comportamiento o actuación sean muy claras para todos sus miembros, sino que además, es necesario que cuando alguien se las salta o las quebranta para lograr su propio objetivo, le sean aplicadas y cumpla con la sanción correspondiente. Es decir, ser contundentes en la aplicación de las reglas de manera rigurosa y en la petición  de responsabilidades una vez haya sido todo confirmado.

Cuando esto no ocurre, el entorno suele volverse hostil, peligroso y desconfiado porque los demás miembros del grupo “aprenden” que no pasa nada por saltarse las reglas que gobiernan  su sistema. Algunos pueden incluso interpretarlo como un premio a los que incumplen las reglas y hasta llegar a imitar dichas prácticas con el consecuente perjuicio para los resultados de dicho sistema u organización. Este panorama poco deseable, tardará poco en  contaminar y  empezar a estropear relaciones entre los miembros de  la organización y de estos con el equipo directivo.

Si se da la circunstancia de que las reglas se consideran injustas, tienen carencias, son muy severas…  se pueden cambiar,  pero deben estar para cumplirse.

Todo buen gestor debe asumir, por tanto, que al obviar los comportamientos y procederes irregulares o abusivos, los legitima y deja la puerta abierta a una eventual repetición de los mismos.  Porque, según puede comprobarse a  diario,   la denominada naturaleza humana, puede flaquear ante determinadas tentaciones en ciertos momentos. Es decir, la infracción, la ilegalidad, lo ilegítimo, lo incorrecto, lo antiético, lo antimoral está al alcance de casi todos. La cuestión es por qué algunas personas ceden y caen y otras no?

Si cada persona tuviera un sentido fuerte del compromiso, del respeto, de la lealtad, la honradez, la honestidad, es decir, una educación sólida en valores, imprescindible para la convivencia en cualquier ámbito o entorno existente, las reglas o normativas podrían llegar a convertirse en un documento casi de trámite.   Ello a pesar de que la Historia ha demostrado que toda regulación aporta un equilibrio casi necesario para el ser humano, un apoyo común a priori que garantiza la “paz” o el bienestar organizacional a todos los miembros de un sistema.

Cierto que cuanto mayor es el grupo, la organización o la empresa, más necesarias se hacen esas reglas y más necesario, también el rigor en su cumplimiento para asegurar que nadie sale perdiendo. Y cuanto antes se deje claro, mejor para la buena salud de la organización y sus resultados. Pero las reglas las hacen personas, y por ello los valores anteceden en importancia a las mimas.  Una normativa basada en  valores solo necesita personas con valores que las respeten.

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