27 Jul 2018

Raquel Lombas.

Creo que he aprendido más viendo (y reflexionando) con Bob Esponja que con todo primero de carrera. Fuente inagotable de inspiración, el bueno de Bob nos regala en cada capítulo una lección de vida. La de hoy va dedicada a una situación que puede parecer disparatada por la habitual exageración con que se nos presenta en el capítulo, pero que, en realidad, no está tan alejada de lo que vemos en muchas empresas.

En “Turno de Ultratumba” el señor Cangrejo, el avaro jefe de Bob Esponja,  descubre la fórmula para aumentar la facturación de ese templo de comida rápida que es El Crustáceo Crujiente: abrir 24 horas al día. Y para ello opta por una innovadora reorganización de recursos que consiste en alargar la jornada laboral de sus empleados durante todo el tiempo de apertura del local.  Bob Esponja y su compañero Calamardo tendrán que dedicarse en cuerpo y alma a la empresa sin que hobbies o amigos enturbien su vida laboral. La comunicación de la buena nueva no puede ser más catastrófica. “Señor Calamardo, bienvenido al turno nocturno, de ahora en adelante el Crustáceo Crujiente abrirá las 24 horas del día”. (sic) “Los veré en la mañana chicos, no puedo quedarme aquí toda la noche, tengo una vida”.  Con estas dos frases el Señor Cangrejo está transmitiendo de una atacada dos grandes novedades en la organización. Por un lado, se amplía la jornada a 24 horas. Por otro, que no se espere ni ejemplo ni implicación por parte de la gerencia, la macro-jornada es algo que solo atañe a los de abajo.

La reacción de los dos empleados del Crustáceo Crujiente ante la noticia no puede ser más distinta. Calamardo, desesperanzado, invita a los clientes a que le golpeen la cabeza con un bate de beisbol. Bob Esponja, por el contrario, no podría sentirse más pletórico: “¿No es fabuloso Calamardo? juntos tu y yo por horas y horas y horas y mañana cuando salga el sol ya será mañana, y aún estaremos trabajando, ehhh, será como una fiesta de pijamas, sólo que estaremos sudados y cubiertos de graaaasa”.

En nuestras organizaciones a menudo pasa algo parecido. Casi siempre hay un buen porcentaje de personas, que como Bob Esponja, alargan voluntariamente su jornada laboral hasta límites sorprendentes. Los motivos de ello no los sabemos con certeza, aunque los intuimos. Bob Esponja no tiene hijos, ni nadie a su cargo más allá de su poco demandante caracol gatuno. Si decide trabajar 24 horas al día no tiene que adaptar ninguna logística. No necesita descansar porque le encanta su trabajo pero, sobre todo, porque es un dibujo animado.

En nuestras empresas siempre ha habido y habrá Bobs Esponja. Muchos de ellos en puestos directivos desde los que se estimula una cultura de la jornada larga y del presentismo.  Una cosa es el entusiasmo por el trabajo y el logro (en esto admiramos el estilo del muñequito amarillo), y otra muy distinta alargar artificialmente los tiempos de trabajo. Seamos sinceros con nosotros mismos.  Nadie trabaja al 100% de su capacidad durante 12 horas. 8 ó 9 horas de jornada dan para mucho cuando realmente estás a lo hay que estar. Por eso en esta ocasión nos quedamos con la actitud de Calamardo.  Y para acabar una llamada a Bob: “sal de esa cocina de una vez y respira una buena bocanada de agua pura. Las cangreburguers de mañana sabrán agradecértelo”.

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