13 Sep 2018

Por Raquel Lombas y Ramón Oliver.

Una de las noticias más destacadas de este comienzo del curso político ha sido, sin duda, el anuncio hecho por Soraya Sáenz de Santamaría de que abandonaba la política. La suya ha sido una salida elegante y discreta, a la altura de lo que se espera de una líder de su nivel. Aunque, seguramente, dados los acontecimientos políticos de los últimos meses, no se trata de una noticia que coja por sorpresa a casi nadie.

La verdadera sorpresa –mayúscula- nos la habíamos llevado ya el pasado mes de junio, cuando un joven e inexperto Pablo Casado derrotó a Sáenz de Santamaría en las primarias del PP. Curtida en mil batallas, la que había sido simultáneamente vicepresidenta, ministra de la Presidencia, portavoz del Ejecutivo y, posiblemente, la mujer más poderosa de España, perdía contra todos pronóstico las elecciones internas de su partido. Ahora, transcurrido el verano y seguramente tras muchas horas de reflexión junto a su familia,  anuncia su retirada de la vorágine política.

Soraya Sáenz de Santamaría  ha elegido marcharse en lugar de quedarse presentando batalla al que había sido su adversario desde las mismas entrañas del partido. Un gesto del que pueden extraerse  dos lecturas posibles desde el punto de vista del liderazgo. Dos lecturas que aunque puedan parecer contrapuestas, tienen mucho de complementarias.  La primera: Soraya no quiere seguir allí donde le han dicho a las claras que no la quieren. El partido no le ha brindado el apoyo que ella esperaba, y es humano y legítimo sentirse  dolida por ese rechazo que seguramente ha vivido como injusto. Somos seres gregarios y sentirnos excluidos por nuestro propio grupo social, no es plato de gusto para nadie, especialmente cuando hemos dedicado muchos esfuerzos y desvelos al mismo.  Cuando el grupo no solo no reconoce nuestros logros sino que nos da un portazo cuando le pedimos apoyo, la motivación individual se resquebraja, pero, sobre todo, se produce una herida emocional con mala cura.

La segunda lectura ya no habla de salidas despechadas, sino de un aterrizaje en la realidad del momento. Le habrá llevado un tiempo, pero probablemente Sáenz de Santamaría ha sabido digerir su derrota y ha entendido que es el momento de hacerse a un lado por el bien del partido. Que, justa o injustamente, su tiempo ha pasado y ha llegado otro líder con un ideario y un estilo más afín con los momentos que se viven. Así que a ella le toca replegarse.

Desistir de un plan o renunciar a una idea en tiempo y lugar es una prueba de fuego para cualquier líder. Requiere agallas y altura de miras. Y no todos son capaces de  conseguirlo, porque exige un ejercicio de autocrítica y de analizar las limitaciones propias con el que pocos se sentirán cómodos. Y si este ejercicio es una cura de humildad para cualquier mortal, qué no le sucederá a aquellos que están acostumbrados a manejarse en las alturas. Cuanto más cerca de la cumbre, más complicado es acomodar egos e impulsos narcisistas.

Lo que es seguro es que una salida a tiempo supone importantes ventajas para todos, incluido el propio líder afectado. La renuncia de la antigua vicepresidenta seguramente calmará los ánimos dentro del partido. Al disipar cualquier sombra de posibles futuras guerras intestinas, todos tendrán un poco más claro cuál es su sitio y su objetivo, y pondrán más fácilmente el foco en ellos. A estas alturas, nadie puede discutir que Sáenz de Santamaría es una política de enorme valía, y aunque con su salida de la vida política, sin duda su partido pierde un importantísimo elemento, esa misma talla la convertía en una incómoda sombra cerniéndose permanentemente sobre el nuevo equipo gestor. Con su salida, Casado tiene las manos libres para desarrollar sus ideas. También en la opinión pública el foco se desplaza desde la fractura interna hasta un nuevo comienzo, lo que contribuirá a cohesionar al colectivo.

Sáenz de Santamaría ha demostrado dignidad y altura de miras, anteponiendo los intereses de su partido a sus propios deseos. Pero también ella, con toda probabilidad, se va a ver beneficiada con este paso.  Con su anuncio de retirada sin ambages, cierra definitivamente una puerta, lo que le permitirá abrir otras distintas y dejar que por ellas entre aire fresco. Decir públicamente que uno se marcha no es nada fácil. Exige tomar las riendas en un bosque de emociones para enfrentarse a la arena pública en un momento de los más difíciles, supone bajarse del pedestal, despojarse de los elegantes ropajes del poder y ponerse el traje de ciudadano de a pie. Es el momento de abandonar el “estar” y enfrentarse al “ser”.

Ese cambio de chip marca un antes y un después en la trayectoria del líder. A partir del momento en el que lo hace, se libera de su vida pasada para emprender algo nuevo y seguramente ilusionante y motivador. Le permite abrir su mente y su corazón a nuevos retos y desafíos. Y lo hará con mayores garantías de éxito. Porque se enfrentará a ellos siendo más humilde y más sabio.

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